Durante los últimos meses no existe una palabra más utilizada que “intervención”. Cuando salgo de casa los habituales tertulianos adscritos a las diferentes emisoras de radio la manejan profusamente, en la prensa es utilizada por los principales columnistas, Google muestra 13,5 millones de resultados al consultar “intervención de España”, e  incluso mis amigos, en los pocos momentos que logramos pasar juntos, me preguntan: ¿seremos intervenidos?.

No se si se producirá la intervención de España. Ello depende de muchos factores, algunos absolutamente impredecibles, como son las decisiones de política económica que adopten nuestros gobernantes en las próximas semanas. De lo que sí estoy seguro es que la intervención no sería buena para los ciudadanos españoles. Es más, si ahora ya tenemos problemas, la intervención no sería la solución de estos, por lo menos en el corto y medio plazo, sino todo lo contrario.

Analicemos, por ejemplo, lo que ha supuesto para Irlanda la intervención: (a) los tipos de interés no se han reducido, por lo que el coste de financiación de hogaresyempresas es insostenible; actualmente el bono irlandés a 10años refleja una rentabilidad del 8,30%, es decir, 5,30% superior a la rentabilidad pagada por Alemania, que está en torno al 3%; y recordemos que, en el momento de la intervención, la rentabilidad exigida a Irlanda estaba en torno al 9%, por lo que no hemos mejorado nada. (b) El desempleo sigue en niveles del 13,50%, repuntando desde la fecha de la intervención. (c) El déficit público se ha más que duplicado, superando el 30% del PIB como consecuencia, principalmente, de la socialización de las enormes pérdidas bancarias. (d) Los impuestos han aumentado de forma abrupta, casi insostenible, para intentar aliviar los absurdos compromisos adquiridos por sus maltrechas arcas públicas, y (e) los recortes de las prestaciones sociales han sido intensos, en gran parte como consecuencia de las presiones de sus socios comunitarios.

Cualquier lector avezado podría argumentar que todavía es pronto para evaluar los efectos de  la intervención (apenas han pasado dos meses). En cualquier caso no debe olvidarse que, en otras intervenciones realizadas años atrás, estas eran “apoyadas” por el aumento de la demanda exterior derivado de la devaluación de la moneda, mecanismo no disponible para  Irlanda, por lo que su sufrimiento será prolongado.

En resumen, si podemos afirmar que la intervención ha resultado dramática en todos los aspectos para los ciudadanos irlandeses, en gran medida como consecuencia de la socialización de la pérdidas bancarias, al asumir el Estado el quebranto de cualquier acreedor bancario y no sólo la defensa de los depositantes.

Visto lo sucedido con Irlanda parece lógico que no queramos la intervención de España. Pero para escapar del “rescate” debemos abordar las reformas ya, y por este orden:

  • Reestructuración inmediata del sistema bancario y, especialmente, de las cajas de ahorros. Es cierto que se ha iniciado el proceso, pero su éxito es más que dudoso, pues muchas operaciones de concentración se tambalean por el choque de distintas culturas, la ausencia de liderazgo, la politización de sus órganos sigue siendo relevante… Muestra de ello es que, a estas alturas, no existe un SIP operativo, algo inadmisible.
  • La reforma de nuestro sistema de pensiones, cuyo camino está perfectamente claro y definido por numerosos expertos.
  • La “re-reforma” laboral, que debe ser abordada con valentía y rigor.
  • La redefinición de nuestra Administración y su política de gasto/inversión, definiendo un nuevo esquema que conlleve una reducción muy importante de nuestro inmenso gasto público.

Dejemos para más adelante la reforma educativa y sanitaria, que también tendremos que abordar.

No hay tiempo. Es ahora o nunca. Y todos los ciudadanos españoles tenemos el derecho y el deber de exigir la actuación inmediata de nuestro Gobierno.