El mundo es global y los mercados financieros también lo son. Su actividad se desarrolla en un marco de complejidad creciente, exuberancia de información y con la presencia de riesgos cada vez menos previsibles y más difíciles de prevenir.

Por un lado, las nuevas tecnologías y la rapidez de las comunicaciones ponen a disposición de los inversores la posibilidad de acceder de forma casi instantánea a mercados remotos, a veces exóticos, que hasta hace no mucho tiempo resultaban inaccesibles para la mayoría de los inversores.

Por otro, la actividad financiera y los mercados financieros están gobernados por una regulación global y transnacional que, en aras de la protección del inversor, impone a los emisores, entre otras exigencias, amplias obligaciones de divulgación de información, con frecuencia exhaustiva, detallada, en ocasiones compleja y difícil de entender e incluso, susceptible de conducir a errores de interpretación.

En este escenario, el papel del analista como intermediario entre la abundante información divulgada por los emisores y su presentación al mercado -transformando la información disponible en predicciones de beneficios y estimaciones de precio objetivo, y difundiéndola en forma de recomendación de inversión simple y fácilmente comprensible para un inversor, incluso poco experimentado- adquiere una dimensión cuasi pública, de gran valor para el funcionamiento del mercado y para su transparencia, eficiencia e integridad.

Al mismo tiempo, esta importante función confiere al analista una gran capacidad de influencia sobre los mercados. Los inversores siguen sus recomendaciones, la cotización de un valor se ve impactada por sus apreciaciones y su opinión acerca de la conveniencia de invertir o desinvertir en un determinado activo es objeto de seguimiento generalizado.

Y todo ello ocurre en la confianza de que los analistas actúan con independencia y sin otro interés que el de proporcionar al mercado información objetiva sobre las sociedades cotizadas.

Pero la confianza no es inquebrantable y ha de estar permanentemente renovada. Para que el mercado confíe en la labor del analista, ésta debe ser sustentada en un comportamiento honesto, independiente y transparente -fuera de toda duda-, alejado de unos conflictos de interés que en el mundo financiero se encuentran en la propia naturaleza de la actividad y son consustanciales a la esencia de un servicio en el que frecuentemente los intermediarios (principalmente en el ámbito del sell side) actúan de forma dual, operando simultáneamente por cuenta propia y ajena -como compradores o vendedores de los mismos valores- y a la vez, ofreciendo a sus clientes análisis y recomendaciones de inversión o interviniendo como colocadores o aseguradores en los mercados primarios.

En este contexto, la credibilidad del analista se fundamenta en la realización de su trabajo sin condicionamientos externos y en la confianza que suscita en los usuarios de sus recomendaciones. Su reconocimiento y prestigio se sustenta en la calidad de sus análisis, de forma tal que los inversores y el mercado no alberguen duda alguna sobre su objetividad e independencia.

Fuente: Análisis Financiero IEAF