Parece ya claro que una de las mayores amenazas que afrontan las economías europeas es la deflación. Entre febrero del 2013 y del 2014, la tasa de inflación de los países que componen la  unión monetaria se situó en tan solo un 0,7%, muy alejada del objetivo del Banco Central Europeo (BCE) –fijado en el entorno del 2%– y un 60% menos que lo reflejado hace un año, en febrero del 2013, con valores del 1,8%.
Sin embargo, tan preocupante es el bajo nivel de inflación como la escasa diferencia que muestra esta variable entre los diferentes países de la unión monetaria y, en especial, entre los países centrales y los periféricos.

Así, mientras Alemania presenta tasas de inflación del 1%, España arroja valores del 0,1% e Italia del 0,4%. La diferencia, del 0,6% para Italia y del 0,9% para España, es reducida y obliga a las economías periféricas a un sobreesfuerzo para ganar competitividad frente Alemania y mejorar, de esta forma, el endeudamiento externo.

Sin embargo, los bajos niveles de inflación dificultan el desapalancamiento de las economías periféricas, que no se benefician de la bonanza de la inflación para recortar los nominales de su deuda.

Los intentos del BCE por conseguir niveles algo más acordes con el objetivo a largo plazo (2%)  se han centrado, básicamente, en llevar los tipos de interés a cotas próximas a cero, por lo que su margen de maniobra actual no es mucho. Así las cosas, el nivel de tipos de interés nominales y reales es realmente reducido (próximo a cero), y parece que continuará siéndolo bastante tiempo. Ello está provocando dos efectos. Por un lado, se observa una menor aversión al riesgo por parte de los inversores, que anteriormente se encontraban cómodos con la rentabilidad de la deuda pública o de las imposiciones a plazo fijo (IPF) que muchas entidades financieras ofrecían.

En aquellos momentos (mediados del 2013) era factible conseguir rentabilidades de entre el 2% y el 4%, según plazos y entidades. Actualmente, y ante la imposibilidad de obtener rentabilidades atractivas, se está produciendo una migración hacia instrumentos de renta fija de mayor riesgo y rentabilidad, especialmente bonos corporativos.

Así, estamos asistiendo a un intenso proceso de emisión de deuda por parte de empresas españolas. Se trata de bonos a plazos de entre cinco y siete años con rentabilidades de entre al 4,5% y el 7,5%, que están teniendo una magnífica acogida por parte de la comunidad inversora.

Por otra parte, durante los últimos meses hemos asistido a un significativo repunte de los mercados de valores en los principales países europeos. La bolsa española, representada por el índice Ibex 35, ha recuperado el 10%de revalorización, significativamente por encima de la media de las bolsas europeas, cuya rentabilidad se sitúa en el entorno del 6%.

Esta mejoría se sustenta en (1) la ya comentada mayor aversión al riesgo de los inversores, que deshacen inversiones de baja rentabilidad (deuda pública y depósitos  bancarios, en gran medida) para migrar hacia la inversión en acciones, de mayor riesgo, pero también mayor expectativa de rentabilidad. (2) Con menores niveles de tipos de interés, la rentabilidad exigida a las acciones se reduce, por lo que la valoración de estas aumenta. Esto se ha visto confirmado por el aumento de recomendaciones de compra por parte de los analistas financieros, especialmente intenso durante los seis últimos meses. De cada 100 nuevas recomendaciones emitidas en acciones, 56 lo son de compra. (3) Finalmente, es indudable el cambio de sentimiento con respecto a la perspectiva de la economía pues, si bien persisten muchas sombras, parece que todos queremos ver algunas luces.

En esta tesitura, y en ausencia de shocks externos que puedan influir adversamente en los mercados financieros, parece razonable pensar que durante los próximos meses los inversores centrarán su foco en la renta fija corporativa y en la renta variable, activos que presentan actualmente las mejores perspectivas de rentabilidad.

En este contexto, parece adecuado intensificar esfuerzos de cara a efectuar una correcta selección de activos, seleccionando aquellos emisores más sólidos y con mejores perspectivas y, como siempre, buscando un alto grado de diversificación de las inversiones.