Finalmente, el Banco Central Europeo (BCE) comunicó el pasado jueves una serie de medidas para estimular la economía europea. El preocupante dato de inflación de la zona euro del mes de mayo (tan solo del 0,5% y lejos del nivel objetivo del 2%) proporcionaba a Mario Draghi, presidente del BCE, elementos suficientes para conseguir doblegar la resistencia de los países del norte de Europa a implantar medidas de estímulo económico.

El grueso de medidas anunciadas por el BCE se centran en reducir el coste del dinero (los tipos de interés) hasta niveles próximos a cero y en implementar mecanismos para incentivar el aumento del crédito de los bancos hacia las empresas y las familias. Entre estos mecanismos destacan aspectos como la tasa de interés negativa aplicada a los depósitos de los bancos en el BCE, o las facilidades de financiación para los bancos (la llamada barra libre o LTRO) por importe de 0,4 billones de euros hasta el 2016.
Sin embargo, hasta ahora y tal como les adelantaba en esta columna el pasado 27 de abril, nada de una amplio programa de recompra (quantitative easing) al estilo de lo practicado por la Reserva Federal de Estados Unidos.

UN PASO ADELANTE, PERO…

¿Serán suficientes las medidas adoptadas por el BCE para sacar a Europa del letargo? ¿Qué impacto podrían tener estas medidas en los mercados de valores europeos en general y en España en particular?
A estas alturas nadie puede negar que el deterioro de la economía europea parece detenerse y, aunque lentamente, la situación económica mejora en los países de la periferia. Igualmente, nadie podría negar que las medidas adoptadas el jueves por el BCE van por el buen camino, impulsando el crédito en aquellas economías más afectadas por la escasez de este e intentado romper la fragmentación de los mercados financieros que sufre Europa desde hace ya varios años.
La probabilidad de éxito de las medidas adoptadas por el BCE es, cuando menos, cuestionable. El recorte de los tipos de interés, del 0,25% al 0,10%, tendrá un impacto prácticamente nulo en las decisiones de financiación e inversión de las empresas y las familias. Nos encontramos ya próximos a la denominada cota cero de los tipos de interés, aspecto que fue reconocido por el propio Mario Draghi, por lo que las posibilidades de maniobra son ya reducidas en este ámbito.
En cuanto a las medidas para impulsar el crédito entre empresas y familias, su efectividad estará sujeta a las decisiones que adopten los bancos europeos, pues un aumento de facilidades de financiación bancaria no tiene por qué significar un inmediato aumento de la oferta de crédito bancario.
Sin embargo, la única medida que sin duda atacaría la fragmentación de los mercados financieros, el denominado quantitative easing o programa de recompra de activos a gran escala, fue, una vez más, pospuesta por el BCE, sin descartar que pudiese adoptarse en un futuro si fuese necesario. Por tanto, parece que el BCE se guarda como última carta el mecanismo más efectivo, como si él mismo no confiase demasiado en el resultado de las medidas implantadas el jueves.
El impacto de las decisiones tomadas por el BCE en los mercados de valores no ha sido relevante en el corto plazo, y tampoco lo será en el medio plazo dado el probable escaso resultado de estas. El verdadero impacto en los mercados se producirá en el momento en que el BCE anuncie el inevitable quantitative easing, el cual deberá probablemente anunciar durante el último trimestre del año.
A modo ilustrativo, merece la pena recordar que el mercado de valores americano, al pairo de una agresiva política de recompra de activos, ha recuperado cerca de un 90% de su valor en los últimos cinco años. Los mercados europeos, por el contrario, solo ha recuperado un 25% y el español un 18% en el mismo periodo, casi cuatro veces menos que al otro lado del Atlántico.
Por tanto, sólo el programa de recompra de activos marcará el inicio de la senda de recuperación intensa de los mercados de valores en Europa. Hasta ese momento, las bolsas seguirán presas de la incapacidad de despegar de la economía europea y de la imposibilidad de sus estados de alcanzar acuerdos razonables para impulsar el crecimiento que todos necesitamos.