Algo está cambiando. No es gran cosa, pero empieza a percibirse cierto cambio de sentimiento. Son pequeños detalles que, observados en su conjunto, modifican la perspectiva  general del observador. Algunos de estos detalles son insignificantes, triviales. Por el contrario, otros tienen más peso específico. Sin embargo, el contexto sigue siendo prácticamente el mismo. Es como cuando entramos en un restaurante que frecuentamos y han adaptado la carta a la nueva estación y cambiado los manteles. Todo es igual, pero la atmósfera es diferente.

Un sentimiento parecido empieza a extenderse entre los inversores, especialmente los no residentes. Hace pocas semanas, no querían ni oír hablar de España. Ahora son ellos los que preguntan cada vez con más frecuencia, con más interés, intentando recabar información sobre nuestra economía, nuestro sistema bancario, empresas cotizadas e, incluso, mercado inmobiliario. Y aunque en gran medida el contexto global no ha cambiado, si que determinados aspectos reflejan, por lo menos, una ralentización del deterioro.

Nuestro desequilibrio exterior se ha tornado en superávit en los últimos meses, frenando así el aumento del endeudamiento de la economía española frente al exterior. Así, en base a la última información mensual disponible, correspondiente a diciembre, pasamos de una necesidad de financiación de 3.700 millones en el 2011 a una capacidad de 5.600 millones en 2012. Adicionalmente, se observa un cambio de tendencia, frenándose la huida de capitales extranjeros, que parecen volver a entrar, lo que reduce nuestra dependencia del BCE.

También la productividad mejora sustancialmente con respecto a nuestros vecinos europeos como consecuencia del fuerte recorte de los costes laborales, que tanta rigidez mostraron en el pasado. Es cierto que generar productividad a base de reducciones salariales no es sostenible, pero probablemente es la única vía que tenemos para consolidad en el corto plazo la necesaria “devaluación interna” que nos devuelva esa competitividad tan necesaria.

La prima de riesgo, aún en niveles elevados, parece estabilizarse en el entorno de los 350 puntos básicos. Es verdad que todavía es un diferencial elevado, que encarece nuestra financiación y dificulta la competitividad de nuestra economía, pero al margen del nivel, si que se ha reducido su volatilidad y eso es síntoma de un menor riesgo. Paralelamente, parecen abrirse periódicas ventanas en los mercados de capitales que están permitiendo que nuestras mayores empresas puedan financiarse, algo imposible hace un par de meses.

La actividad corporativa (fusiones, adquisiciones de empresas, etcétera) parece desperezarse muy poco a poco y refleja una mejoría con respecto al mismo periodo del año pasado.

A estas alturas cualquiera de ustedes podría argumentar que, en cualquier caso, todavía existen muchas variables que reflejan grandes problemas. Y es cierto, y sin duda el desempleo es lo más preocupante. Pero tampoco es menos cierto que las variables aquí comentadas han mejorado con respecto a los valores que mostraban hace pocos meses, y eso es mejor que nada.

Son estos pequeños cambios los que han provocado un moderado cambio de sentimiento de los inversores, que empiezan a buscar las mejores opciones de inversión. Entre esta, la renta variable europea se configura como una alternativa interesante, probablemente mucho mejor que la norteamericana. En el caso de esta, los índices ya han recuperado desde los mínimos de la crisis, hasta superar los máximos históricos, cosa que no ha ocurrido a este lado del Atlántico.

Confiemos que las cosas sigan cambiando y que las bolsas reflejen dicho cambio. Ese será realmente el indicador que marque el principio del fin de una agotadora depresión económica que va ya hacia su sexto año. Por lo menos, yo así lo deseo.